No falla. En cuanto una se mete en la ducha y se enjabona el cabello, o llaman a la puerta o suena el teléfono. Siempre.
Al asumir que, quien quiera que fuese el que estaba pulsando el timbre compulsivamente, no se iba a marchar, salí cabreada de la bañera y me puse el pijama a toda velocidad.
- ¿Quién es? -grité sin abrir la puerta, ya que a través de la mirilla se veía todo negro.
- ¡El lobo feroz! -respondió Roberto, mi temible vecino del 2º izquierda.
- ¡Qué quieres! -continué a gritos, empezaba a resultarme divertido.
- ¿No bajas a la reunión de comunidad?
(...)
- ¿Tam?
Abrí la puerta. Roberto estaba de pie en el rellano, con sus míticos vaqueros ajustados y el dedo metido en la mirilla.
- ¿Puedes sacar el dedo de ahí, por favor? No, no bajo a la reunión.
- ¿Por qué no? Queríamos votarte a ti de presidenta otra vez, eres la que mejor manda. Se me ha quedado atascado, mierda.
- ¿No te ha dicho nada el Sr. Ernesto? Espera, que voy a por un poco de jabón.
- Que pague lo que debo, ¡jajaja! Y bueno, también que te ibas ya del nº 13 de Lucky Street, pero no me lo creí. Lo de que te piras, digo. Es una bola, ¿no? Lo dices para vacilar, que te conozco, que tú eres así de cabrona.
- Pues no. Esta vez lo digo en serio -empiezo a untarle un poco de jabón en crema en el dedo índice atrapado-. Mira Rober, no tiene sentido que vaya a discutir con el administrador ya. Jorge y yo estamos reformando un piso en el nº 28 de Happy Street. En cuanto acaben las obras, nos vamos.
- No jodas.
(...)
- ¿Te largas?
- Sí.
- ¿Te piras con él?
- Sí.
- ¿Te han cazado?
- Sí.
(...)
- Estira, a ver si sale. Trata de girar la mano un poco, es que has hecho vacío.
- Joder, te vas de verdad.
- Estira fuerte Rober, va.
- No te pires, tía. Esto va a ser un coñazo si no estás tú por aquí jodiendo al personal. ¿Estás segura?
- ¡Estira! -agarré fuerte la muñeca de mi vecino y entre los dos logramos desatascarlo-. Sí, estoy segura. Mañana me contáis las novedades, ¿vale?
Cerré la puerta despacio. Me da mucha pena irme de aquí. Mucha. No quería que él viese que me había emocionado un poco. Sin embargo, yo sí continué observando un rato a mi vecino por la mirilla de nuevo operativa.
Roberto permaneció unos segundos plantado en el rellano, con el índice levantado y mirando al suelo. Luego dio una patada a mi felpudo mariquita y sentenció:
- Te vas a una casa de pijos, una mierda de casa, un puto coñazo de casa. Te vas a volver loca en ese lugar sin poder mandar a nadie y fingiendo que eres normal.
¿Normal? ¿Eso qué es? De todos modos, si me vuelvo loca, a Jorge todavía le quedan
diecinueve dedos por aplastar...
Labels: Neighbourhood