- ¿Le pongo algo más, señorita? -preguntó el caballero a la joven mientras retiraba su taza de café- ¿Le traigo la cuenta?
Pero no obtuvo respuesta. Él se quedó observándola durante unos segundos. Ella pasó la última página del libro, lo cerró con cuidado a la vez que un lagrimón resbalaba ágil hasta su barbilla y se sonó la moquita con el puño del jersey.
- ¿Se encuentra bien? -insistió él.
- Perdón -contestó ella azorada- disculpe, no me he dado cuenta de que estaba usted ahí. Tomaré algo más, sí. Un zumo de naranja, por favor.
- Es bonito el libro, ¿eh? -añadió él sonriente- ¿Cual estaba leyendo?
- Novencento. La leyenda del pianista en el océano. Precioso. Soy adicta a los libros de Alessandro Baricco aunque no sé porqué, me dejan hecha polvo.
Y continuó hablando acerca del autor. Él la escuchó mientras preparaba su zumo y varios desayunos más. Ella se acercó al rincón de la barra más cercano a la cafetera y leyó para él en voz alta los fragmentos que más le habían gustado. "Es verdad, ese libro tiene música" adujo admirado.
- ¿Existe algo mejor que un buen relato?
- Un buen relato con música de fondo, claro.
Los desconocidos conversaron largamente acerca de música y literatura hasta que, de pronto, ella recibió un mensaje.
- Tengo que irme -exclamó con los ojos brillantes- alguien me espera.
Y desapareció de inmediato.
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