- ¡Buenos días, Tam! ¿Cuándo habéis vuelto? ¿Anoche? ¡No os oí llegar! ¿Cuántos días os quedáis esta vez? ¡Todo ropa de tirantes! ¿Tanto calor hacía allí?
- Hola Ariel, cómo estás...
- ¿Os bañasteis? ¿Ya habéis encontrado casa allí? ¿Cómo es aquello? ¡Cada vez venís menos! ¿Hasta cuándo este ir y venir? ¿Pasaréis aquí las Navidades? ¿¿No te vuelves loca con tanto viaje??
- Eso digo yo -exclamé con ironía-, no sé cómo no me vuelvo loca.
No captó la indirecta. Me consta porque, no sólo no cesó su interrogatorio sino que continuó observándome mientras colgaba la ropa húmeda a la vez que me contaba lo acaecido en su vida las últimas semanas, intercalando frases del tipo: "Qué mal tiendes", "Eso así no se te va a secar en mil años", "Tienes que tirar esa birria de pinzas" o "Te sale la ropa tan arrugada porque no has bajado las revoluciones de la lavadora tal y como te dije".
Ariel, aunque joven, es una mujer de la antigua escuela: es decir, nunca ha trabajado fuera de casa. Salió del núcleo familiar para ir a vivir con su marido y tuvo dos hijas preciosas a las que mima y protege de modo alarmante. A veces la observo dando vueltas por su piso, inmaculadamente limpio y ordenado, y pienso que se aburre mucho. Otras veces, sin embargo, creo que no podría ser más feliz llevando otro tipo de vida. Y qué demonios, yo también me aburro soberanamente en la oficina la mitad de los días.
- A mí me encantaría ir, la verdad... -continuó su monólogo- pero como a mi marido le da tanto miedo volar, pues nada, en tierra que nos quedamos. En vacaciones sólo podemos coger coche o tren, avión jamás.
- Pues vente tú sola. O con las niñas.
- ¡Qué dices! ¿Qué haría una mujer sola subiendo y bajando de los aviones?
- ¿Lo mismo que yo? -respondí algo indignada.
- Claro, pero es que tú -aquí hizo una pausa solemne, enarcó las cejas con expresión altiva-, eres diferente -y apostilló-. Yo no podría.
¿Ese diferente sería sinónimo de estás más acostumbrada, eres más atrevida, eres un poco golfa? Mejor no darle vueltas...
- Pues tú te lo pierdes Ariel, hay unas playas impresionantes.
- ¿En serio?
- Increíbles, preciosas, enormes... Figúrate: hay camellos paseando por allí.
- ¡No me digas! ¡Imposible!
- Te lo prometo. Y tengo pruebas.
- ¿De verdad? ¿Tienes fotos? ¿Me las enseñas?
- Venga, vale. Pásate a mi casa que las tengo en el ordenador.
Labels: Poshland, Travelling
At 11:51 AM,
At 3:13 PM, George Amorim
At 8:53 PM, carmncitta
De esas vecinas debe haber oferta en el carrefour, porque yo también tengo una... Fíjate como sera que la llamamos el águila, porque se entera de todo la tía, no hay suceso en el barrio del que no te enteres por ella....
Por lo demás, me alegra ver que sigues viva aunque muy perdida por el mundo ;D
Mil besos, guapísima!!!
At 11:49 AM,
Hola! Me ha encantado tropezarme por casualidad con este blog. Yo tambien, como todos, tengo una vecina de esas.Creo que en todos los bloques hay una, la mía se llama Gloria y cada vez que la veo entrar o coger el ascensor me escondo... Creo que las ponen los constructores cuando hacen el edificio :)
At 5:55 PM, Soundtrack
Buenos días
me gustó tu portal (Tamaruca's Magazine) y me gustaría realizar un intercambio de enlaces para mi web: zapatillas con el anchor zapatillas. Te pondría un enlace en mi web en cuanto me des el OK.
Saludos y muchas gracias
Webmaster de zapatillas.ws