September 29, 2008
Busqué la página quince del anexo tres del presupuesto modificado por séptima vez. Comprobé las diecienueve cifras que miden espesores, las diecinueve que dictan porcentajes de carbono en la composición, las diecinueve que ajustan volúmenes, diámetros, alturas, las diecinueve que controlan la presión, temperatura, humedad, densidad, etc. Una vez contrastados estos datos, repasé las cuentas con la calculadora para evitar cualquier posible error decimal. Finalmente pulsé el botón que activa la impresora y dejé que los ciento doce folios se apilaran poco a poco en la bandeja de salida.
Me gusta trabajar en silencio.
Pues no. No ha sido posible. El proceso descrito habría resultado igualmente tedioso, lo admito. Pero no. No estaba de acuerdo conmigo el cliente en este punto así que, mientras yo trataba de aislarme para no cometer ningún fallo en el contrato, él no paraba de comentar lo luminosa que era la oficina, lo acogedora que resultaba la sala de juntas, explicaba con pesar lo incómodo que era el sillón de su despacho, sus problemas de lumbalgia, problemas de falta de comunicación con su hijo el pequeño, se interesaba por mis años de facultad, le admiraba mi afición por viajar y aprender idiomas, quería saber cuantos años llevaba trabajando en esto, el lugar donde había adquirido mi portátil y si el color de mi cabello era natural.
Y entonces me acordé de un párrafo genial de la segunda novela de Mark Haddon:
Me gusta trabajar en silencio.
Pues no. No ha sido posible. El proceso descrito habría resultado igualmente tedioso, lo admito. Pero no. No estaba de acuerdo conmigo el cliente en este punto así que, mientras yo trataba de aislarme para no cometer ningún fallo en el contrato, él no paraba de comentar lo luminosa que era la oficina, lo acogedora que resultaba la sala de juntas, explicaba con pesar lo incómodo que era el sillón de su despacho, sus problemas de lumbalgia, problemas de falta de comunicación con su hijo el pequeño, se interesaba por mis años de facultad, le admiraba mi afición por viajar y aprender idiomas, quería saber cuantos años llevaba trabajando en esto, el lugar donde había adquirido mi portátil y si el color de mi cabello era natural.
Y entonces me acordé de un párrafo genial de la segunda novela de Mark Haddon:
Ocupaban mucho espacio. Ese era el problema de los hombres. No se trataba tan sólo de las piernas espatarradas ni de pisar fuerte al bajar las escaleras. Era la exigencia constante de atención. Sentarse con otra mujer en una habitación significaba que podías pensar. Los hombres tenían esa lucecita parpadeante en la coronilla: "Hola. Soy yo. Sigo aquí"
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posted by Tamaruca at 10:28 PM |
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