January 28, 2009
Alcanzó la verja del jardín. Empujó con cuidado el cerrojo y, por vez primera desde que vivían en aquella maldita casa de alquiler, el embellecedor no cayó al suelo aplastándole el dedo gordo o con un ruido ensordecedor. Subió las escaleras orgulloso de sí mismo y miró a través de las cristaleras del salón. Allí estaba ella, acurrucada en una esquina del sofá y aferrada a un libro, con una sonrisa de oreja a oreja.

- ¿Y esa cara de boba? -preguntó.

Ella le tendió su lectura. El consuelo. Anna Gavalda. Quinientas cincuenta y ocho páginas. Pues vale.

- Qué pasa, ¿es bonito o qué?
- Mucho -respondió encantada-, me chifla esta francesita. Necesito que me ayudes, por cierto. Deja eso en al estantería y ven a echarme una mano.

Depositó el libro en una de las baldas y la siguió hasta la galería. Siempre se le ocurrían juegos de palabras al respecto de la expresión "echarle una mano" pero la experiencia le decía que mejor evitar las bromas a lo Benny Hill si no quería que pasase demasiado tiempo sin echar nada.

- Se ha estropeado la lavadora -le explicó en susurros-. El tambor no gira. He llamado al técnico y me ha dado largas, igual hasta dentro de un mes estamos kaput.
- Oh -dijo él. Y enseguida empezó a preocuparse. ¿Qué demonios pretendía que hiciera con esa información? ¿Que esperara al de Fagor a la salida del trabajo y le amenazara? ¿Que girara él mismo el tambor?
- Así que, ¡se me ha ocurrido una idea genial!

Mierda...

- Emm... ¿Qué... ¿Qué idea, cariño?
- Shh... Habla bajito que pueden pillarnos los vecinos de al lado... Verás, la casa de enfrente está vacía y tienen una lavadora nueva en la galería.
- Si... Pero, esto...
- Así que lo que vamos a hacer es lo siguiente: tú saltas el muro, yo te lanzo la ropa sucia, el detergente, el suavizante... et voilà!
- Pero Tam, ¡qué dices! ¿Y si no hay luz?
- Ya he pensado en eso, ¡jijiji! -se agachó y le mostró ufana una alargadera.
- Bueno, bueno. Pues nada. Ya veo que el plan es perfecto...
- El único peligro es que salgan los del adosado de la izquierda así que, ya sabes, ¡silencio absoluto!
- O que vuelvan los dueños de la casa vacía, o que no haya agua, o que...
- ¡Shhh!

Resignado se acercó hasta el muro, dio un pequeño salto y empezó a trepar. Ella observaba muy seria y callada la escena. Primero él se dio un cabezazo contra la caldera, luego se le salió una zapatilla, después se clavó el enchufe en los riñones y cuando, desesperado y con el rostro ligeramente amoratado trató de pasar las dos piernas al otro lado, se le quedaron atascadas a mitad, dibujando una forma rarísima, así como de uve doble...

- Ostras Jorge -exclamó ella al fin- no sabía que tuvieses problemas tan graves de flexibilidad...

Jorge bufó.

- ¡Anda, tírame eso rápido!

A partir de ahí la operación fue un éxito de sincronía y eficacia. La máquina de los vecinos fue su aliada perfecta; dejó las prendas impecables y con un intenso aroma a suavizante Hiper Dino. No sabían cuando se dignaría el técnico en aparecer por aquella isla pero, de momento, sabrían arreglárselas...

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posted by Tamaruca at 4:32 PM | 30 comments
January 21, 2009
Dejó el carrito de limpiezas aparcado a un lado, subió las escaleras con agilidad y se sentó a su lado en la terraza. Mientras anudaba con fuerza el cordón de sus botas, escudriñó entre los apuntes y libros que tenía extendidos por toda la mesa. La nueva inquilina, una rubia delgaducha de cabello enmarañado, escribía algo en inglés con letra ininteligible. Terminó de arreglarse el calzado, estiró de sus calcetines, levantó la visera de su gorra de tweed y la observó detenidamente. Primero a ella, después a las personas que rodeaban la piscina en sus tumbonas. Después a ella, de nuevo la piscina. Otra vez a ella y...

- A ti no te gusta tomar el sol, ¿verdad? -le dijo.
- Chica lista -respondió la joven guiñándole un ojo.
- Estás tan blanquita...
- ¿Sería más feliz marroncita?

Mila rió con ganas. Había trabajado en esa urbanización plagada de ingleses y alemanes durante más de cuatro años y ahora, la recién llegada, le parecía todo un fichaje. Por respuestas de ese tipo y por algunos detalles más. Le gustaba por todo aquello por lo que a los demás, en general, no les gustaba. Como su música, sus cortinas naranja chillón, su modo de romper la estética y la monotonía. Recordó el día que hizo quedar como un tonto al odioso Mr. Jules. O cuando logró callar al chucho irritante de la familia Holmes dándole un yogur de coco. O lo mejor, cuando la pilló junto a su marido saltando con tacones de aguja la verja de aquellos chalets de lujo... aunque eso ella no se lo había contado a nadie.

Pareja intrigante, había que reconocerlo.

- ¿De dónde sois?
- ¿Tú qué crees?

Mila pensó durante unos segundos.

- Tenéis acento de ninguna parte. Tanto tú como Jorge.
- Eso dicen, sí. Pues justo de ahí, sí, de ahí somos. De ninguna parte. Total, vamos de lado a lado... Por cierto, me gusta tu gorra. ¿Es de lana escocesa?
- Puede ser, me la regaló una señora de Inverness -comentó ufana-, la de la casa C4. La limpio también, cuando no están ellos.
- ¿Ah, sí? -exclamó la joven con repentino interés.
- Sí, claro. Además de la piscina y los jardines de la urbanización, cuido algunas casas. Los dueños me dejan sus llaves y...
- ¿¿Tienes llaves de casas de aquí??
- Ahá...
- ¿¿Y las tienes contigo en este momento??
- Ahá...

La jardinera estaba disfrutando con la escena. Miraba a la joven que, visiblemente excitada, empezó a recoger rauda sus apuntes. Cerró sus libros y los apiló. Metió los lápices en el estuche, se volvió hacia Mila y agarrándola fuerte del brazo, casi imploró.

- Enséñamelas.
- ¿Las tetas? Qué iba a pensar Jorge...
- No boba, eso después. Primero las casas. Las casas de los guiris que no están. Por favor... No se lo diré a nadie. Lo prometo. Palabrita del niño Jesús.
- ¿Te gusta ver casas ajenas?
- Todos tenemos un oscuro secreto, ¿no?

Volvió a reír con ganas. Algo le hacía sentir que podía confiar en ella. Se habían caído bien desde el principio, eso era innegable. ¿Debería confesarle que la vio saltar al interior de aquel chalet con nocturnidad y alevosía?


Tal vez más adelante...






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posted by Tamaruca at 11:15 AM | 26 comments
January 13, 2009
Hoy va de trabalenguas.

Al parecer, uno no puede estar consciente e inconsciente a la vez -este último define únicamente un estado- pero sí es posible estar consciente y subconsciente a la vez -es decir, abrir esa puerta secreta que deja ver nuestros deseos más íntimos, donde acumulamos información, recuerdos, donde residen nuestras verdaderas intenciones.

Lo que no entiendo entonces es porqué, en mi caso, inconsciente y subconsciente se llevan tan bien, mientras que consciente y subconsciente se llevan tan mal.

Me preguntas si me considero una persona coherente. ¿Coherente? No en absoluto. Más bien una contradicción con patas. Y sin embargo hay melodías que logran que esos malditos entierren el hacha de guerra, al menos este intervalo de tiempo. Quizás en este precioso momento...


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posted by Tamaruca at 4:49 PM | 18 comments
January 9, 2009
Bobby Kennedy asiste junto a su esposa a la fiesta organizada por el partido demócrata, pero JFK está solo. Jackie no ha venido. [...] Tras una larga espera entre bastidores durante la que Lawford tiene que improvisar unas palabras, Marilyn surge de la oscuridad, titubeante, como una llama azulada, enseñándolo todo. Embutida en su vestido, sale a escena con pasos de geisha, como si se avergonzara de esas curvas ofrecidas a los miles de espectadores. Lawford anuncia a the late Marilyn Monroe. [...] La masa ríe en la oscuridad. Marilyn ha puesto en práctica la promesa que le hizo a Truman Capote: llegar tarde a su propio funeral. Entorpecida por el vestido blanco, se tambalea un poco sobre los tacones de aguja, acaricia el micro con la punta de los dedos, señala al Presidente en algún lugar en la penumbra, cierra los ojos, se pasa la lengua por los labios y empieza a cantar.

Le dio miedo esa voz de pena que oía salir de ella, ese aliento marchito, esa articulación entrecortada. Sus palabras se convertían en caricias de aire y de placer que su boca dejaba escapar. A medida que pasaba el tiempo, su interpretación cada vez estaba más cargada de sexo.



No volvió a ver a John Kennedy. Después de esa noche, el Presidente decidió romper con Marylin y negar los rumores que empezaban a circular sobre su relación.

Últimas sesiones con Marilyn, ensayo del psicoanalista Robert Schneider.

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posted by Tamaruca at 8:14 PM | 15 comments
January 3, 2009



Hoy es blanco. Blanco y gris.
Veinte grados Fahrenheit.

Pasado mañana será ocre. Ocre y azul intenso.
Veinte grados Celsius.



Y de nuevo ella. La incertidumbre.
Y de nuevo ego. Lo imprevisible.

Lo constantemente imprevisible.
Lo constantemente inconstante.
Lo constantemente variable.



¿No es un modo de ser suficiente?


(...)

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posted by Tamaruca at 11:01 PM | 33 comments