December 17, 2008
Lo vi por el rabillo del ojo. Apenas unas décimas de segundo. Nadie lo notó. Ni siquiera Jorge, que caminaba conmigo de la mano. Seguí andando deprisa.
Doce noventa. Doce noventa son trece. Bueno. Pues trece. Trece y qué. Trece es poco. Trece no es nada. Trece no soluciona factura fontanero. Trece no anula hipoteca.
Frenazo en seco.
Volví atrás sobre mis pasos y me paré justo enfrente. Esta vez lo observé con descaro. Delgado y discreto. Camisa en tono neutro, marrón mate. Y sin embargo me atraía. Intensamente. Con la misma fascinación que me provocan las mujeres hermosas que intentan en vano pasar desapercibidas, que tratan de disimular sus bellas formas con ropas amplias, o que recortan y recogen su cabello, generalmente oscuro y ondulado. Ingenuas. El efecto es justo el contrario.
- Tam, ¿qué haces? Llegamos tarde.
- Un momento.
- Pero, ¿otro libro? ¿Otro más?
Creo que le respondí "es pequeño" o "es marrón" o algo similar. Cogí el último del montón -ya saben, el inicio del ritual- y salí disparada hacia el mostrador.
Apenas mi nuevo ejemplar descansó unos segundos en la bolsa de la tienda. Envidio la capacidad de algunas personas para eso que de modo tan vibrante expresa Clarice Lispector en su cuento Felicidad clandestina: ser capaz de postergar los momentos, de demorar y alargar el roce suave de la felicidad. No es mi caso. Yo soy una depredadora.
Tiré la bolsa. Abrí el libro por la mitad y lo olfateé sin pudor. Allí, en medio de la estación, entre la gente. Le arranqué la camisa, un envoltorio incómodo pintarrajeado -porque a eso no lo puedo llamar dibujado, ya me perdonará la autora- por Nadila y Nada más, la protagonista -¿O por Natalia Carrero? Es que yo no sé-. Y leí. Leí y leí de un tirón hasta que terminó el primer capítulo.
- ¿De qué va? -preguntó Jorge.
A lo mejor me había preguntado antes otras cosas pero, con franqueza, debo confesar que no me habría enterado. Ya saben, el trance.
- De una caja.
- ¿De una caja?
- Sí. De una caja. Con bolígrafo, eso sí.
Y sonreí. Estaba excitada. Algo me decía que esa lectura me iba a dar mucho en que pensar, mucho que replantearme, mucho sobre lo que dudar. Algo me decía que me iba a dar mucho a secas.
Doce noventa. Doce noventa son trece. Bueno. Pues trece. Trece y qué. Trece es poco. Trece no es nada. Trece no soluciona factura fontanero. Trece no anula hipoteca.
Frenazo en seco.
Volví atrás sobre mis pasos y me paré justo enfrente. Esta vez lo observé con descaro. Delgado y discreto. Camisa en tono neutro, marrón mate. Y sin embargo me atraía. Intensamente. Con la misma fascinación que me provocan las mujeres hermosas que intentan en vano pasar desapercibidas, que tratan de disimular sus bellas formas con ropas amplias, o que recortan y recogen su cabello, generalmente oscuro y ondulado. Ingenuas. El efecto es justo el contrario.
- Tam, ¿qué haces? Llegamos tarde.
- Un momento.
- Pero, ¿otro libro? ¿Otro más?
Creo que le respondí "es pequeño" o "es marrón" o algo similar. Cogí el último del montón -ya saben, el inicio del ritual- y salí disparada hacia el mostrador.
Apenas mi nuevo ejemplar descansó unos segundos en la bolsa de la tienda. Envidio la capacidad de algunas personas para eso que de modo tan vibrante expresa Clarice Lispector en su cuento Felicidad clandestina: ser capaz de postergar los momentos, de demorar y alargar el roce suave de la felicidad. No es mi caso. Yo soy una depredadora.
Tiré la bolsa. Abrí el libro por la mitad y lo olfateé sin pudor. Allí, en medio de la estación, entre la gente. Le arranqué la camisa, un envoltorio incómodo pintarrajeado -porque a eso no lo puedo llamar dibujado, ya me perdonará la autora- por Nadila y Nada más, la protagonista -¿O por Natalia Carrero? Es que yo no sé-. Y leí. Leí y leí de un tirón hasta que terminó el primer capítulo.
- ¿De qué va? -preguntó Jorge.
A lo mejor me había preguntado antes otras cosas pero, con franqueza, debo confesar que no me habría enterado. Ya saben, el trance.
- De una caja.
- ¿De una caja?
- Sí. De una caja. Con bolígrafo, eso sí.
Y sonreí. Estaba excitada. Algo me decía que esa lectura me iba a dar mucho en que pensar, mucho que replantearme, mucho sobre lo que dudar. Algo me decía que me iba a dar mucho a secas.
Gracias.
Labels: Books
posted by Tamaruca at 10:43 PM |
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